viernes, 2 de mayo de 2008

La familia De Torres en el Dos de Mayo


Boix y Viscompta, E., Gómez de Navia, J. (1790). Vista de la Iglesia del Buen Suceso [estampa]. Madrid: Museo de Historia de Madrid.


En esta Iglesia del Buen Suceso, los hermanos De Torres defendieron heroicamente a los allí refugiados.


Antes de narrar estos notables e inéditos sucesos, creemos necesario referir, aunque sea brevemente, el origen de los protagonistas de nuestra historia. Estas dos familias eran descendientes directas de don Manuel de Torres y López de la Cabeza, cuyo linaje, de raigambre antigua en Santa Cruz de la Zarza, se remontaba por lo menos hasta mediados del siglo XVI[1]

Sabemos que alrededor del año 1756, tenía concertado el matrimonio de sus tres hijos mayores (Manuel Fabián, Teresa y Juan), con otras dos familias de tradición: los Martínez-Hidalgo y los López de la Cabeza, estirpe esta última, a la que él también pertenecía. 

Fruto del matrimonio de su primogénito, Manuel Fabián, con doña María Antonia Martínez-Hidalgo, celebrado el 7 de febrero de 1756 en la Parroquia de San Miguel, nacieron: Josefa, María y Manuel. Cuando tuvo Josefa[2] edad suficiente, fue enviada por sus padres a Madrid, donde residía un tío suyo, el Fiscal Ordóñez del Consejo de Estado. En la Villa y Corte estableció definitivamente su domicilio, contrayendo matrimonio el día 2 de septiembre de 1781, en la Iglesia de San Andrés, con el insigne calígrafo don Torcuato Torio de la Riva y Herrero. Esta unión tuvo cuatro hijos: Marceliano (sic), Catalina, María Camila y Antonio, este último llegaría a ser Oficial de la Secretaría de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, logrando en el año 1829, el nombramiento de Caballero Supernumerario de la Real y distinguida Orden de Carlos III. Desde 1796 tenían su residencia en el número once de la calle de la Madera Baja, cerca de la Parroquia de San Martín. 

El segundo hijo varón de don Manuel: Juan de Torres y Martínez de Ocaña, que había contraído matrimonio con su prima Vicenta López de la Cabeza, también se instaló en Madrid, lugar donde ya residía desde antes del año 1770. Lo hizo en las cercanías de la popular Plaza de la Cebada, no muy lejos por entonces del domicilio de soltera de su sobrina, la ya mencionada Josefa de Torres. Al enviudar, contrajo segundas nupcias el 24 de agosto de 1786, con María de Uceta y Martín de Eugenio, natural de Navahermosa (Toledo), con la que tuvo tres hijos varones: Vicente, Antonio y Jerónimo. Falleció Juan de Torres, el día 27 de marzo de 1795, siendo inhumado en el cementerio de San Millán. 

Su segundo hijo y activo protagonista de nuestro relato, Antonio de Torres y Uceta, nació en el domicilio paterno del número diez de la madrileña calle del Peñón, (actualmente de Carlos Arniches) y fue bautizado en la Parroquia de los Santos Justo y Pastor el día 22 de septiembre de 1790. 


EL DOS DE MAYO

Así transcurría la existencia cotidiana de estas dos familias, hasta que en el año 1808, los acontecimientos dieron un giro radical a sus vidas. A finales de marzo de dicho año, los sucesos parecían precipitarse, la tensión en Madrid crecía sin cesar, a diario se producían enfrentamientos entre vecinos de la capital y soldados franceses. Todo ello era consecuencia de una fatídica concurrencia de factores: 

1. Los sucesos del Motín de Aranjuez, que provocaron la caída de Godoy, la abdicación de Carlos IV y la entronización de Fernando VII.
2. El creciente recelo con el que la población veía la llegada constante de tropas francesas.
3. La partida de la familia real para reunirse con un ambicioso y astuto Napoleón, provocando con ello un vacío de poder, que la Junta Central Suprema no supo, ni pudo suplir. 

Uno de los incidentes más graves tuvo lugar el día veintisiete de marzo en la Plaza de la Cebada, a pocas manzanas del domicilio de los De Torres y que en palabras del Conde de Toreno provocaron «una gran conmoción en la que hubiera podido derramarse mucha sangre». 

En las primeras horas de la mañana del día dos, se produjo el tan temido y fatal desenlace. Al difundirse el rumor, entre el numeroso concurso de hombres y mujeres que allí estaban congregados, de que dos coches que había en la plazuela de Palacio estaban destinados al viaje de los infantes don Antonio y don Francisco de Paula, últimos representantes de la familia real, se exaltaron los ánimos y, cuando al oír de boca de los criados de palacio, que el niño don Francisco de Paula lloraba y no se quería ir, al grito de: «¡Qué nos lo llevan!», se desató la ira popular, siendo embestido el ayudante de Murat, el General Lagrange, que tuvo que buscar refugio en el interior de Palacio. 

Las tropas francesas que acudieron en ayuda del edecán, sin previo aviso y en vez de contener el alboroto en su origen, hicieron una descarga sobre los indefensos corrillos, causando muertos y heridos y una general dispersión. 

La noticia de lo sucedido corrió como la pólvora por todo Madrid, sublevando a la población entera. Alertadas también del levantamiento, las tropas francesas instaladas a las afueras, recibieron la orden de marchar contra la capital. A partir de ese momento el curso de los acontecimientos fue imparable. 

Una gran muchedumbre comenzó a dirigirse en busca de armas hacia el Parque de Artillería de Monteleón. Del mismo modo, se formaron más partidas de vecinos en otros cuarteles de Madrid. Se combatía prácticamente en toda la Villa. Así lo contaba Antonio de Torres a su nieto Juan José, muchos años después de estos sucesos. Rememoraba, que esa mañana de lunes, él y dos de sus hermanos (Vicente, tres años mayor que él, y una hermanita, quizá del posterior enlace de su madre con D. Francisco de León) al pasar por una travesía de las que rodean la Parroquia de los Santos Justo y Pastor, vieron a una frenética muchedumbre, que procedente de la Plaza de la Villa, casi les arrolló, empujándoles en dirección a la Plaza Mayor. 

Hacía allí acudía esta multitud, para socorrer a los pocos vecinos que intentaban detener los avances de los granaderos franceses que subiendo por la calle de Toledo, pretendían reunirse con el resto de tropas que convergían hacia la Puerta del Sol. Tratando de soslayar estas acometidas e ignorantes de lo que se preparaba en el centro de la capital, se apresuraron como buenamente pudieron en dirección a Sol. 

Pero, cual no sería su sorpresa, cuando llegando a la plaza, advirtieron que también allí se combatía. Considerando que les seguía acompañando su hermanita, una niña de corta edad, se detuvo Antonio unos segundos, recogiendo el sable de un francés que había caído en la refriega y echaron a correr en dirección al edificio que más seguridad parecía proporcionarles, la Iglesia del Buen Suceso, la cual, situada en uno de los extremos de la Plaza, en la confluencia de la Calle de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, parecía un buen refugio. 

Una vez alcanzaron el interior del Templo, Antonio, al que secundaba su hermano, sujetó a la niña con su faja en el sitio más inaccesible que pudo encontrar y sable en mano, se dispuso a defender, con coraje, el paso a este lugar (que según él señalaba, estaba en lo alto del acceso a una escalera). Siempre refirió, que se sabía que la iglesia había sido valerosamente defendida, entre otros, por «los De Torres» y que en compañía de los paisanos allí refugiados, combatieron duramente con los franceses. Cuando los soldados dejaron el lugar, Antonio y su hermano, que estaban entre los supervivientes, regresaron a por la pequeña y escaparon de allí. 

Más tarde, apagados los ecos de la sublevación fue buscado por los franceses, pues se le había sido visto en posesión de un sable, lo que le hacía reo de sedición según el bando que hizo público Murat. Antonio no tuvo más alternativa que aquella triste noche, abandonar clandestinamente Madrid y el hogar de sus padres. Ante el cariz que habían tomando los acontecimientos y temiendo por la seguridad de su familia, su prima Dª. Josefa de Torres y su esposo don Torcuato Torio de la Riva, también decidieron abandonar la Villa y Corte hasta que la situación política se estabilizara. Pero eso quizás, era pedir demasiado, pues de regreso a la capital después de la victoria de las armas españolas en Bailén, tuvieron que volverla a abandonar cuando los franceses retornaron conducidos por Napoleón. 

Sabemos por un testamento otorgado en Madrid en 1811, que su hijo mayor, Marceliano, estaba, desde hacía al menos dos años, en paradero desconocido, al igual que su joven pariente Antonio. 

Antonio de Torres, ya solo, terminó arraigándose a partir de 1812 en Villena (Alicante), como queda atestiguado en el «Padrón General para Vecinos Forasteros» recogido en el año 1825. En este documento, manifestaba su residencia en esta población, desde al menos trece años, que era natural de Madrid, y tenía su domicilio permanente en el nº 11 de la Plaza de Sta. María. 

Alrededor de 1815, contrajo matrimonio con la villenense Isabel Gadea Rubio y, al bautizar a cada uno de sus siete hijos en la Parroquial de Santa María de dicha Villa, siempre dejo constancia de su nacimiento en la Villa y Corte, así como, el origen santacrucero de su linaje, lo que transmitió a sus descendientes junto con las vivencias de esta celebre jornada del Dos de Mayo.

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[1]Ya constaban antepasados suyos en un documento fechado en el día veintiocho de diciembre de 1574, (el cual, actualmente se encuentra en el Archivo Gral. de Simancas), en él y por mandato del juez de Su Majestad don Garci Páez de Sotomayor, se intentó reorganizar en Santa Cruz de la Zarza, el registro de las tierras de realengo anteriormente efectuado por el juez don Diego de Carvajal.
[2] Santa Cruz de la Zarza, 7 de enero de 1757.


El crucifijo «El Dos de Mayo», una reliquia familiar

El crucifijo «El Dos de Mayo», una reliquia familiar

La reliquia familiar conocida como «El Dos de Mayo» se trata de una obra de orfebrería, propiedad de la familia De Torres, descendientes de los protagonistas del relato y héroes del Dos de Mayo.

La reliquia representa una cruz de plata de 47 x 23 cm, de estilo manierista, situada en el siglo XVII, y que fue restaurada por última vez a mediados de la década de 1970.

Presenta la estructura típica de las cruces de la época: una cruz de dimensiones reducidas para ser colocada sobre el altar. La cruz, latina, tiene en sus calles molduradas y termina en unos ensanchamientos a modo de cartelas, con tres pequeños pomos de remate. El Cristo y la cartela de INRI son de bronce dorados. 

Dicha cruz está colocada sobre un pequeño fuste a modo de jarro o balustre, estructura típicamente renacentista, cuyo perímetro está cuajado de adornos. El pie es redondo, moldurado y decorado con puttis, en él se puede leer un grabado que dice:

«En la mañana del día 2 de mayo de 1.808 tres hermanos Torres, dos varones y una niña, participaron en los luctuosos y heroicos sucesos que tuvieron lugar en la villa de Madrid. Defendieron una iglesia y uno de ellos quitándose la faja colgó a la pequeña de una de las bóvedas para preservarla de la refriega. In Memoriam». 

Fue restaurado sobre 1975 por el orfebre valenciano D. Antonio Piró. Este prestigioso taller es conocido por haber elaborado el relicario de los Mártires Valencianos (Catedral de Valencia) y las reproducciones de los cálices, tanto de Calixto III como de la Santa Cena, entregados a Juan Pablo II y a Benedicto XVI, así como las restauraciones de orfebrería de las exposiciones de «La luz de las imágenes». 

El taller de los Hnos. Piró expertizó la reliquia familiar, confirmando la antigüedad que tradicionalmente se le atribuía. Con motivo de la celebración del Bicentenario del Dos de Mayo, el crucifijo fue cedido por la familia para diversas exposiciones oficiales, al tiempo que todo tipo de medios se hicieron eco de la tradición que ayudó a transmitir.

Acta de la solemne reunión de la familia De Torres, en el bicentenario de la gesta de sus antepasados



Basílica Pontificia de San Miguel (Madrid). Templo de la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede en España.


Extracto del acta de la reunión efectuada por miembros de la familia De Torres, conmemorativa de la participación de sus antepasados en los heroicos sucesos protagonizados por el pueblo de Madrid el dos de mayo de 1808



Madrid, siendo las 20 horas del día dos de mayo de dos mil ocho, fecha en la que se conmemora el Bicentenario del heroico levantamiento del pueblo de esta villa en pro de su libertad, se reúnen en la sacristía de la Basílica Pontificia de San Miguel, templo de la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede en España, los miembros de la familia De Torres que seguidamente se relacionan:

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todos ellos descendientes de D. Antonio de Torres y de Uceta, del mismo modo que también lo es D. Juan José de Torres Maestre, de 95 años, memoria viva del devenir histórico de esta familia, que por su avanzada edad no ha podido trasladarse a este acto pero del que se hace explícito y emocionado recuerdo. 

Tras rezar unas preces D. Juan de Torres precisa que:

«Todos los aquí reunidos son miembros de la familia De Torres procedentes de las provincias de Alicante y de Valencia. Como es de todos conocido la convocatoria se efectúa en este templo al haber sido donde D. Juan de Torres y Dª María de Uceta y Martín de Eugenio contrajeron matrimonio y bautizaron posteriormente a sus hijos, a quienes en nuestra familia se tiene por héroes del Dos de Mayo. Se desea dejar expresa constancia del afecto manifestado recientemente por SS.MM. los Reyes de España, la Presidenta de la Comunidad de Madrid, la Fundación Dos de Mayo, a través de la persona de D. Enrique Ossorio Crespo, y demás autoridades, que con motivo de la fecha que hoy se conmemora han dado todo tipo de facilidades para que podamos rendir homenaje a nuestros antepasados. 

En la Sta. Misa, que se celebrará con posterioridad, se dará lectura tanto a la bendición que el Santo Padre, Benedicto XVI, ha hecho llegar a la familia con motivo de la efeméride, como a la oración de los fieles redactada para este día por el P. Vicente Mª Blanco Gamero, SJ. 

El relato al que posteriormente se dará lectura, y del que se hace eco en el día de hoy la publicación “Madrid Histórico” y los servicios informativos de ANTENA 3 TV, ha sido trasmitido por nuestros mayores, estando parcialmente reflejado al pie de un crucifijo, reliquia familiar conocida como “El dos de mayo”. Crucifijo que en estos momentos se encuentra cedido al Museo Histórico-Militar de Valencia para la exposición conmemorativa de la Guerra de la Independencia».

Seguidamente D. Javier de Torres Martínez da lectura al texto que se transcribe: 

«Este relato, que ha sido trasmitido por nuestros mayores, puede ratificarlo hoy D. Juan José de Torres Maestre, al cual se lo refirió su abuelo D. Juan José de Torres Milán, que lo oyó contar en su niñez de boca de su protagonista D. Antonio de Torres y de Uceta, abuelo suyo y natural de Madrid. 

Antonio de Torres, segundo hijo de D. Juan de Torres, hidalgo natural de Santa Cruz de la Zarza (Toledo), y de Dª. María de Uceta y Martín de Eugenio, originaria de Navahermosa (Toledo), nació en el domicilio paterno del número 10 de la madrileña calle del Peñón y fue bautizado en la Parroquia de los Santos Justo y Pastor el día 22 de septiembre de 1790. 

Su padre, que falleció cuando él solo contaba cinco años de edad, tenía parientes en la Villa y Corte, en la persona de su sobrina carnal Dª Josefa de Torres y Martínez-Hidalgo (sobrina del fiscal Ordoñez del Consejo), casada con el insigne calígrafo D. Torcuato Torio de la Riva y Herrero. 

Narraba Antonio, que en la mañana del lunes dos de mayo de 1808, estando en compañía de dos de sus hermanos, (Vicente, tres años mayor que él, y una hermanita, quizá del posterior enlace de su madre con D. Francisco de León) se vieron inmersos en el levantamiento del pueblo de Madrid contra los franceses.

Aquella mañana los tres hermanos salen de casa y a la altura de San Justo, se ven rodeados de una muchedumbre que, avanzando desde la Plaza de la Villa, les empuja hacia la Plaza Mayor y aledaños. Al buscar una salida hacia la Puerta del Sol, tal y como estaban haciendo muchos vecinos, se topan repentinamente al llegar a la misma, con un estruendo y griterío descomunal. 

En lucha cuerpo a cuerpo los franceses ya están acometiendo salvajemente a la multitud allí concentrada. Contagiado por el patriotismo de sus paisanos, Antonio se procura el sable de un francés caído, pero sin tiempo para resolver otra cosa, dado que les acompaña su hermanita, decide ponerla a salvo y corren en dirección a una iglesia próxima, tal vez la del Buen Suceso.

Entre tanto prosigue la defensa tenaz del pueblo de Madrid. Una vez refugiados en el interior del templo, Antonio, socorrido por su hermano y utilizando la faja de uno de los dos, se apresura a sujetar y preservar a la niña en el lugar más inaccesible que encuentra. La ansiedad y el temor, pero también una gran determinación, hacen que ante la proximidad de un ataque, se dispongan sable en mano a proteger el acceso a este lugar, (que él señalaba, estaba en lo alto de una escalera).

Refería que se supo que la iglesia había sido defendida con coraje entre otros, por “los De Torres”, y que en compañía de los paisanos allí refugiados lucharon, con derroche de valor, con los soldados. Estos, momentos antes, ya habían penetrado a la bayoneta en el recinto sagrado por la entrada de la Carrera de San Jerónimo, con el propósito, como hicieron, de masacrar a las gentes que confiadamente habían buscado amparo en su interior. Cuando los franceses abandonan el lugar, Antonio y sus hermanos marchan de allí. 

Más tarde, buscado por los franceses por haber sido visto en posesión de un sable, no tuvo más alternativa que aquella triste noche, abandonar clandestinamente Madrid y el hogar de sus padres. 

Antonio de Torres, ya solo, terminó arraigándose a partir de 1812 en Villena, y tuvo su domicilio permanente en el nº 11 de la Plaza de Sta. María, como figura en el “Padrón General para Vecinos Forasteros” recogido en el año 1825. 

Ha ayudado a mantener vivos aquellos acontecimientos, la reliquia familiar conocida como “El dos de Mayo” que es una cruz de plata del siglo XVII… de 47 x 23 cm, con un pie redondo, en él se puede leer un grabado que dice: "En la mañana del día 2 de mayo de 1808 tres hermanos Torres, dos varones y una niña, participaron en los luctuosos y heroicos sucesos que tuvieron lugar en la Villa de Madrid, defendieron una iglesia y uno de ellos quitándose la faja colgó a la pequeña de una de las bóvedas para preservarla de la refriega - IN MEMORIAM -"».

Han transcurrido 200 años; cambios sociales, avatares políticos. La familia, desde la humildad y sencillez en que la postró aquel exilio, supo restaurar una dinastía de hombres de bien, juramentos de fidelidad a los principios que han conformado 1a ejecutoria de su centenaria tradición. Aportó a la sociedad personas de elevada piedad e integridad en suficiente número: Sacerdotes, patricios y hombres íntegros, suma de afanes, voluntad de fidelidad en el cumplimiento del mandato de sus mayores de ejercitar las virtudes humanas.

Incardinada en la sociedad actual, iluminada por la doctrina de 1a Iglesia, la familia De Torres reafirma su compromiso con los valores cristianos. Se reafirma también en los heroicos y beneméritos fines por los que luchó aquel día: por su nación y por su libertad y por ese «mayor bien del pueblo» que es la moralidad, latido interior, sentido de lo trascendente.


A continuación, los presentes formulan solemnemente:

- El firme compromiso de fidelidad a los valores mora­les que inspiraron secularmente su familia, iluminados por la doctrina de la Iglesia. 

- La ratificación de los fines por los que lucharon nuestros antepasados, y que se sustancian en las palabras «Nación y Libertad». 

- La reafirmación del particular compromiso para con nuestros mayores, depósito de nuestra tradición, afecto agradecido y formación de las nuevas generaciones en el respeto y la toleran­cia. 


Impetrando la ayuda de Dios y el amparo de su Santísima Madre para el cumplimiento de estos compromisos.

De lo que se deja constancia, hoy, día dos de mayo del año 2008, constituida esta reunión de miembros de la familia De Torres, que lo acuerda, asu­me y proclama unánimemente con humilde solemnidad. 


Firmas de todos los asistentes.

En memoria de su heroísmo


José Antonio Vaca de Osma, Embajador de España, académico correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la de Jurisprudencia y Legislación.


Arturo Pérez Reverte, miembro de la Real Academia Española, sillón de la letra «T».

Ronald Fraser, eminente historiador de nuestro tiempo, profesor visitante de Historia Contemporánea de España e Historia Oral en la Universidad de California.


Nuestra divisa

NUESTRA DIVISA "IN EIUS FILIIS HABITAT" En cinta de plata con letras de sable «IN EIUS FILIIS HABITAT»

Frase en latín cuya traducción significa «Vive en sus hijos». Se desconoce porqué la familia viene usando esta divisa.

Aunque la acepción que ahora le atribuimos es más bien genealógica, queriendo indicar que algo de nuestros padres y antepasados vive en nosotros, en su origen debió proceder de algún texto del Nuevo Testamento referido a que Cristo vive en sus hijos como parece determinar el vocablo «habitat» que más allá de indicar que algo de los padres «va» en los hijos quiere señalar, como se desprende del verbo habitar, que el cuerpo es morada de Cristo.

No obstante, y en lo que podría ser la pura mística familiar, la divisa enlaza perfectamente con la arraigada costumbre, entre nosotros, de buscar ejemplos de virtudes y valores en el seno de nuestra familia en lugar de otros cuya admiración y gloria están socialmente más divulgados.

El blasón familiar

EL BLASÓN DE NUESTRA FAMILIA

Las armas que corresponden usar a nuestra familia quedan organizadas y compuestas de la siguiente manera:

En campo de azur (azul), una torre donjonada de plata, acompañada de siete cometas del mismo metal, puestas tres a la diestra, tres a la siniestra y una en punta.

Va timbrado el escudo de armas de un casco de acero bruñido, con bordura y grilletas de oro y claveteado de lo mismo, forrado de gules (rojo) y sumado de un penacho de plumas y lambrequines de azur (azul) y plata.

Nuestra divisa: En cinta de plata con letras de sable (negro): «IN EIUS FILIIS HABITAT». Estas armas mantienen su vigencia legal al haber sido certificadas, en su día, por el último Cronista Rey de Armas, en uso de la facultad que le conferían las Reales Ordenes de 17 de noviembre de 1749 y 16 de junio de 1802.

Puede tenerse como última referencia de este blasón el Protocolo 2/2001, folios 155-158, del Archivo Heráldico de D. Vicente de Cadenas y Vicent y legalizada la certificación por la Subsecretaría del Ministerio de Justicia.

La última publicación donde ha salido dibujado nuestro blasón fue en el nº 512 de la Gacetilla de Hidalgos de España correspondiente al último trimestre de 2007

Primeras referencias del linaje



Fachada del antiguo Convento de los Trinitarios de Santa Cruz de la Zarza (Toledo),
donde profesaron antepasados nuestros.


En el año 1540 en «la Matrícula de los Parroquianos de la Iglesia de Santiago de Santa Cruz de la Zarza hecha por su Vicario Juan Cano» (AHN, OM, Caja 96, nº7) ya se cita a dos miembros de esta familia: Juan de Torres y García de Torres, ambos casados en dicha fecha. 

También sabemos que a finales del año 1574, por mandato del juez de Su Majestad, don García Páez de Sotomayor, se intentó reorganizar en Santa Cruz, el registro de las tierras de realengo anteriormente efectuado por el juez don Diego de Carvajal. (Documento del Archivo General de Simancas, fechado en el día, veintiocho de diciembre de 1574). Por dicha orden, se determinó que todas las ventas realizadas en la villa, en los diez años anteriores a la fecha del documento, quedaran anotadas y formalmente registradas. En dicho original, (legajo compuesto por unos 285 folios manuscritos por ambas caras, con las manifestaciones de alrededor de setecientos quince vecinos de Santa Cruz, más de las dos terceras partes de su vecindario tanto del estado noble, como del pueblo llano), se manifiesta, el día 29 de enero de 1575, asentado fehacientemente ante el escribano público el registro de dos propiedades, una en litigio, pertenecientes a María García, natural de Santa Cruz de la Zarza, legítima mujer de Pedro de Torres. 

En la centuria siguiente, hay más testimonios de la permanencia de este linaje en Santa Cruz. De la misma María García y con fecha de 28 de octubre del 1603, obra su testamento. En él, perpetua la memoria de su marido, Pedro de Torres, ya difunto, y nombra herederos a sus tres hijos: María, Pedro (que en 1604, reside en la casa solar, sita en la colación de Santiago) y Miguel de Torres, por este orden.